1/22/2006

La confusión tricolor

(Artículo escrito para la revista Buzos)
¿Usted sabe quién es Roberto Madrazo? Si conoce la respuesta, le sugiero la reporte de inmediato al PRI. De veras se lo van a agradecer. Porque aunque parezca mentira, en el Revolucionario Institucional aún no lo saben, y a las pruebas me remito. Basta con ver los titulares del día siguiente de su registro ante el IFE, para dimensionar la confusión que reina en el equipo del tabasqueño. Para algunos medios, la novedad era que el priista se había definido como un político de centro, para otros, lo sobresaliente resultó ser su condena a la corrupción y su defensa de la transparencia; y finalmente, otro grupo se dividió entre comentar su sorpresivo juarismo y su defensa vehemente de la República.

Con este recuento resulta claro: Madrazo no sabe quién es. O lo que es lo mismo, el candidato del PRI no ha definido cómo quiere ser percibido por los ciudadanos, y eso, en el arranque de las campañas por la Presidencia, es un grave error que caro le puede costar. Sobretodo, cuando comparamos la ambigüedad madracista con la claridad que presentan sus adversarios en términos de propaganda. Andrés Manuel López Obrador, por ejemplo, lleva años construyendo su identidad: definido como el defensor de los pobres, el perredista ha repetido hasta el cansancio su discurso, de tal forma que hoy a todos nos queda claro cómo se ve a si mismo el tabasqueño.

Felipe Calderón, por su parte, ha hecho bien la tarea. Si bien el panista sigue siendo un perfecto desconocido para casi un tercio del electorado, lo cierto es que el michoacano se ha construido un discurso atractivo, que en poco tiempo le ha permitido apropiarse de la bandera del “futuro”, término de connotación positiva, que por exclusión refiere a sus adversarios como la encarnación del pasado al que no hay que volver.

Si creemos o no en los discursos de cada uno de estos candidatos, es un tema distinto. Para algunos, será creíble el mensaje de López Obrador, para otros, la relativa juventud de Calderón le da solidez a su propuesta. Lo importante aquí es reconocer que en ambos casos hay un claro trabajo de planeación que les permite apropiarse de una serie de atributos, al tiempo que asocia a sus competidores con una serie de antivalores: elitismo, autoritarismo, etc.

Este esquema, propio de toda campaña, está ausente en la imagen del candidato del PRI. Tan es así, que hasta algunos periodistas han advertido sobre un supuesto intento priísta por rebautizar a su representante como Roberto, con la idea de eliminar de la mente el término Madrazo, asociado a conductas negativas como la corrupción. De ser cierta esta lectura, estaríamos viendo un reconocimiento tácito de la incapacidad del equipo de imagen, para transformar la mala percepción que se tiene actualmente del candidato del tricolor.

El problema, para los priistas naturalmente, es que faltan menos de seis meses para la votación y con tan poco tiempo, parece difícil que puedan reinventar a su candidato. Más difícil se ve, incluso, si pretenden convertirlo en el nuevo símbolo de la honestidad o del combate al neoliberalismo, dos banderas que al menos en este momento, no podrían serle más lejanas.
¿Qué le queda entonces al candidato del PRI? Primero, reconocer que la imagen de tipo ambicioso y duro, no se le podrán quitar. Segundo, idear una manera de convertir esa imagen en una serie de elementos positivos ante los ojos de los ciudadanos. ¿Podrán? Parece difícil, pero si el PRI quiere volver a ganar la Presidencia de la República deberá convencer a los mexicanos sin partido, de la necesidad de tener a un hombre como él en el poder. Cualquier otro invento en términos de imagen puede ser divertido para los observadores, pero una verdadera tragedia para el candidato.